viernes, 6 de abril de 2012

Un humilde rapasayo.

Todo empezó por lo malita que estuvo nuestra amiga Mapi durante unas semanas a costa de un resfriado que se cogió por las calles de Las Palmas por mor de cumplir con un curso de formación.
 Yo no sé donde fue pero seguro que lo agarró  al cruzar por una de esas malditas “calles cañón” que tanto jorobaban a Pepe Monagas y que le obligaban a “jaser” lo peor que le puee pasar a  un hombre:  “ir al méico cuando hasta el ron le fallaba”.

Lean si no el cuento "De cuando Pepe Monagas trincó, en una calle cañón, un catarro de tirafondo" (el número 14 de esta edición):
“De vez en cuando se levanta del Confital una brisita liviana, remonta como una cometa Las Escaleritas y San Lázaro y con paso de gato arrima a los pasajes esos.”

De siempre en su casa para esos casos se cocían unas raíces de rapasayo (raspasayo), amargas como el ricino, y parece que aliviaban los trancones broncopulmonares . 
Con bastante miel para poder tragarse aquello.  
Pero Mapi no encontraba el manojito de raíces de rapasayo por ningún mercado ni yerberos  cercanos.

Había que buscarle un puño de aquellas raíces. ¿El rapasayo? Primera vez que oía esa palabra.
Pero este humilde raspasayo, del que hoy no quiero nombrar ni  el latinajo, es voz popular en mi barrio, entre todos los agricultores  y sabios de la tierra que se reúnen al amparo del coñac, el ron  y la tapita que haya preparado Olguita –papitas o atún con mojo, queso o  aceitunas del país- en la tienda de Cirilo.
Asomar con ella y dar pie a la conversación fue todo una:
 “¿Esa? ¿El Rapasayo? A montones, dicen que es buena para medicina”
 “A las vacas les gusta con locura”.
“Rasposa y se te pega a las ropas como si naá”.
Toda una lección práctica de botánica popular y fitoterapia alternativa.

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